06 abril 2006

El código secreto

Fuente: El Cultural

Quizá porque estamos tejidos de la sustancia de los libros mucho más de lo que a simple vista parece (Alfonso Reyes), nunca se ha hablado tanto y tan en profundidad sobre libros y lectores. Esta misma semana se está celebrando en Cáceres el I Congreso Nacional sobre la Lectura, en el que se debaten cuestiones como su relación con la creación o qué papel desempeñan la industria, los medios y la sociedad en la lectura. También la Casa de América acoge un encuentro profesional sobre el mismo tema, y hace unos días la ministra de Cultura aseguraba que antes de final de año, un 58 por ciento de la población tendría entre sus hábitos la lectura. Un pronóstico tan optimista como aventurado en un país en el que más de la mitad de la población asegura sin sonrojo no leer jamás. Lo cierto es que nunca se ha publicado tanto en España (más de 70.000 libros en 2005), ni los autores han estado tan presentes en la vida pública, ni se ha leído tanto, ni los libros han tenido una vida más efímera, ni han marcado más la diferencia. A pesar del acoso de los medios audiovisuales, el libro conserva intacto su prestigio. El Cultural da hoy una nueva vuelta de tuerca al debate reuniendo cara a cara al editor Jorge Herralde y a Carlos Marzal, para que analicen por qué leer o cuáles son sus propuestas para fomentar la lectura, descrita como “necesaria” por Ricardo Senabre, ya que nos descubre “otros modos de amar, de vivir y de sentir”.


Jorge Herralde y Carlos Marzal, editor y autor, son ante todo, lectores. Aman el libro y la lectura con tal pasión que casi se enfadan ante la primera pregunta, básica pero esencial: ¿por qué hay que leer?

Jorge Herralde: Se podría contestar con otra pregunta: ¿Por qué no hay que leer? Qué desatino. La lectura (no indiscriminada) es una obvia vía de conocimiento del mundo y de nosotros mismos. Y, no menos importante, también una fuente de placer. Y una pasión a menudo recompensada. En un reciente catálogo de la editorial utilicé varias citas que pueden resultar pertinentes: “Thoreau dijo que él no era un ápice mejor que sus vecinos: sólo leía mejores libros” (Harold Bloom). “Un libro verdadero no es aquel que es leído, sino aquel que nos lee” (W.H. Auden). “No sé cómo abstenerme de leer libros” (Samuel Pepys). Y no olvidar el ejemplo, de probada eficacia práctica, del gran humorista James Thurber: “Siempre empiezo, por la izquierda, en la primera palabra de la frase, y leo hacia la derecha, y recomiendo este método.”

Un consejo para reticentes: la lectura del librito Como una novela de Daniel Pennac, que contiene un verdadero arsenal de argumentos a favor de la lectura (incluido el democrático derecho a no leer).

Carlos Marzal: Desde mi punto de vista la razón primordial es la siguiente: porque se trata de una actividad placentera. Los que leemos, lo hacemos porque nos gusta, y compadecemos a quienes no lo hacen por los buenos ratos que se pierden. La emoción intelectual y sensorial de la lectura se convierte directamente en alegría. Es decir, creo que en realidad leemos para ser más felices. Leemos, porque somos más felices al correr de las páginas. Yo, si no leo, me pongo de mal humor, y empeora mi salud. Si no leo, tengo la convicción de que no mato el tiempo –una actividad primordial–, sino de que el tiempo me mata a mí. Con un libro en las manos se produce la paradoja de la satisfacción lectora: desaparece el mundo que nos rodea y sentimos a la vez el mundo más presente, nos ensimismamos y al mismo tiempo salimos fuera de nosotros hacia una intimidad solidaria. Por otra parte, el hombre es un animal lírico (o, si se quiere, narrativo, ficcional): necesita contarse historias para vivir, saberse bajo especie de ficción. No hay pueblos sin relatos del origen, sin religiones, sin mitologías. El hombre necesita la ficción igual que el pan, y, si no la encuentra en los libros, la halla en el cine, en la música o en sus sueños.

Carlos MarzalDesventajas sentimentales
–¿Quien no lee se encuentra realmente en una situación de desventaja?
C. Marzal: El gusto por la lectura, como casi todo, es un asunto de carácter. Hay quien tiene esa inclinación y quien no la tiene. Yo no obligaría a nadie a leer después de acabado el bachillerato. Hasta entonces, sí. (La obligación, que tiene muy mala prensa entre algunos pedagogos, es un magnífico recurso para alcanzar la madurez y para mantenerla.) Quien no lee, quien no adquiere un cierto conocimiento de la lengua en que vive, de la tradición que le hace hombre, creo que está en desventaja intelectual y sentimental con respecto a quien sí lo hace. Ahora bien, a la vista de quienes son los amos del mundo, no sé si hago bien recomendando una actividad tan poco remunerada.

J. Herralde: Naturalmente. A partir de un cierto nivel de alfabetización, haber optado por no leer es un acto autopunitivo que se paga en muchos niveles. Por poner un ejemplo singular, según un estudio reciente, las más competitivas corporaciones estadounidenses acaban de descubrir que los directivos con cultura humanística podían ser persuasores más eficaces, capataces más cool…

–¿A qué le achacan ustedes el fracaso de todas las iniciativas públicas destinadas a fomentar la lectura en el último medio siglo?
C. Marzal: Los éxitos y los fracasos son relativos. Exigen una comparación, y el significado de lo comparado se encuentra en el término de dicha comparación. El fomento de la lectura es una actividad necesaria, y a la vez destinada a un cierto grado de fracaso: por mucho que se lea, siempre se leerá poco. Como los lectores se ganan uno a uno, estoy seguro de que las campañas a favor de la lectura habrán obtenido rotundos éxitos particulares. Con seguridad que hay jóvenes adictos (que ya estaban predispuestos hacia su adicción) que han visto reforzado su amor por los libros con las actividades que promocionan la le-
ctura.
J. Herralde: Muchas iniciativas, con demasiada frecuencia, han resultado bastante patéticas. A menudo da la impresión de que se ha cumplido con un enojoso e inevitable trámite de cara a la galería.

Jorge Herralde–Entonces, pónganse manos a la obra: ¿qué tres medidas adoptarían inmediatamente para estimular la lectura?
J. Herralde: Conocemos la letanía. Hay que estimular la lectura en el seno de la familia, en las escuelas, también en institutos y universidades. Asimismo en los medios de comunicación. Y por descontado, seguir con la lucha pocas veces airosa para mejorar los programas de televisión dedicados a la lectura...
Pero ya en un ámbito más concreto del sector, un secreto a voces: hay que potenciar las librerías independientes, un reducto cada vez más indispensable y amenazado. Tomar todas las medidas posibles desde la Administración (¿qué pasa con la Ley del Libro?) para una discriminación positiva (fiscal y del tipo que sea), mal que les pese a los neoliberales. Y, desde luego, no bajar la guardia para mantener el precio fijo del libro, también tan indispensable como amenazado. Y como medida personal, adoptar (o persistir en) una sola medida: intentar publicar los mejores libros posibles de la mejor manera posible. Que no defrauden, sino por el contrario que estimulen al lector, en la senda de la “edición-sí” que propugnaba Giulio Einaudi: la de los libros necesarios.

Y desde luego, vigilar al poder político: leer induce a interrogar, poner en tela de juicio, discrepar. Y todo poder, con la instalación de su canon y de sus censuras, tiende a aniquilar o sofocar o controlar o desactivar o anexionar a los díscolos. Y en el polo opuesto, Edición y sedición: tal es el programático título de un excelente libro de Robert Darnton sobre literatura clandestina en el siglo de Voltaire y Rousseau, y sus consecuencias.

Subvenciones soviéticas
C. Marzal: No soy sociólogo, ni político, ni prestidigitador, así que no estoy seguro de la eficacia de estas medidas obvias. Doctores tiene la Iglesia y saben más que uno. Hay que sembrar desde la cuna, como quien dice. A saber: una red enorme de bibliotecas públicas perfectamente abastecidas; la subvención de tiradas soviéticas, a precios de risa, para los colegios e institutos; mayor acercamiento de los escritores vivos a los institutos y colegios (los programas del Gobierno de Aragón y la Junta de Extremadura, a este respecto, son magníficos). Se me ocurre además luchar, en la sociedad del espectáculo, con las armas del espectáculo que llegan a la sociedad. Se ponen de moda tantas estupideces, que no estaría de más tratar de poner de moda la literatura. ¿Por qué no una gala anual hollywoodense, con televisión y música de por medio, como tienen el teatro y el cine (ya veo algunas caras de espanto), para la entrega de los premios nacionales, de la crítica, etc, y no su rancio sistema? Por ideas, que no quede.

–¿Cuáles son los mayores enemigos de la lectura?
J. Herralde: ¿Mundo, demonio y carne? Dejémoslo en pereza (el zapping contagioso en las antípodas de la atención lectora), invalidez.
C. Marzal: La falta de ejemplo lector cercano es el peor enemigo de la lectura. Todo empieza por la imitación. Me imagino que el poco prestigio efectivo que posee la cultura en general tampoco ayuda.

Menú cultural alto en calorías
–Las encuestas de indices de lectura en España nos siguen sonrojando: ¿su experiencia personal las confirma, cuáles han sido los mayores cambios constatados en el publico lector que ha visto en restos últimos veinticinco años
J. Herralde: Tengo gran desconfianza hacia las poco refinadas, escasamente científicas, encuestas españolas. Frente a ellas, a partir de mi experiencia editorial desde hace décadas, pienso que (en plena era de la imagen, de la multiplicación de ofertas de ocio, etc. etc.) se lee más que nunca. Todo tipo de libros y no sólo horrenda literatura (que por otra parte no escasea). Y para ello, para nutrirse con un menú cultural alto en calorías, no puedo dejar de insistir en ello, son imprescindibles las buenas librerías.
C. Marzal: Creo que hablamos del público lector con mucha despreocupación, como si conociésemos quién hay detrás de cada cifra. Yo no sé quiénes forman el público. Tendemos a creer que quien lee literatura de consumo no es capaz de leer gran literatura, y viceversa. La realidad es distinta. Me parece que el lector es bastante más flexible y listo de lo que a veces queremos admitir. No creo que a nadie le desagrade lo bueno, aunque tenga tendencia hacia lo fácil. Además, en la formación de un lector vale más un gramo de sabia intuición que dos toneladas de monserga erudita. El mundo está lleno de tontos ilustrados a quienes la lectura no ha conseguido enseñar las tres o cuatro cosas necesarias, esas que sabe un pastor analfabeto con buenas luces.

Ricardo SENABRE

1 comentario:

Monica Sulecio de Álvarez dijo...

Gracias por compartir el artículo.
Yo voto por las bibliotecas públicas por todos lados como una herramienta que facilite a los padres y las madres el fomento del hábito de la lectura en sus hijos en sus primeros años infantiles. La proximidad de una biblioteca a la cual se pueda asistir con regularidad para participar en actividades de animación así como para ir a leer con tranquilidad y hasta retirar material en préstamo alimentaría poco a poco el amor por los libros.

Saludos, Mónica