05 mayo 2006

¿Quién dice que los jóvenes no saben leer?

"La chica, descontenta con la versión oficial, aprovechó la ocasión para poner a prueba la explicación de la profesora. Todo pasa en un instante, pero la sutileza de la pregunta me deja admirado. ¿Quién dice que los jóvenes no saben leer?" Julià Guillamon

OLDEBERKOOP
Oldeberkoop es el nombre de una población holandesa, a pocos kilómetros de Groningen. Es también el título del último cuento de Olivetti, Moulinex, Chaffoteaux et Maury de Quim Monzó, que este año es lectura obligatoria en secundaria y puede caer en selectividad. Me invitan a dar una charla con alumnos de instituto. Les cuento que en el verano de 1973 Monzó se fue a Vietnam, junto a Albert Abril, y que vivió en Saigón los últimos días de la guerra. Que en uno de los artículos constataba el fin de una época de arte de denuncia representado por la instalación Ambiente vietnamita de la Dokumenta 5, por las canciones de Bob Dylan y Joan Baez y por el documental Winter soldier .Explico que L´udol del griso al caire de les clavegueres ,la novela de Monzó que nunca se ha reeditado, es la historia de tres chicos que viven la liquidación de la utopía de los sesenta: un músico, un director de cine, doblado de periodista, y un activista político. Me divierto al constatar que el Western Saloon de Lloret de Mar, donde transcurre el diálogo trascendente entre Octavi y Andreu, es el mismo escenario en el que años más tarde el protagonista del cuento Splassshhf de Uf, va dir ell se liga a Tonyi, una chavala de Sant Adrià de Besòs que trabaja de dependienta en El Corte Inglés. Olivetti traduce ese desencanto en historias protagonizadas por personajes disparatados, incapaces de escribir, de relacionarse y de amar a la mujer que les gusta. Y que si se rebelan (el protagonista de Cacofonia cumple su sueño de subir la calle Balmes en contradirección) es a altas horas de la madrugada, cuando saltarse las normas no representa ningún quebranto especial.

Llega el turno de preguntas y una de las chicas más aseaditas se interesa por el tema de las drogas en Monzó. Explico que los primeros cuentos están llenos de imágenes psicodélicas, prados azules y cielos verdes, como en aquella visión del puerto de Licors de Pau Riba, y que en un cuento de 1971, Yeah ,se describe una burbuja con los colores que se entremezclan y van virando del verde al azul y al morado. Y que, en los ochenta, las referencias son otras. Pasamos de los mundos coloreados por la fantasía a la rapidez de algunas escenas de La magnitud de la tragèdia que reproducen la aceleración de la cocaína. En Oldeberkoop hay una referencia a las drogas. Una pareja se han quedado atrapados en un bar, ella habla sin parar, entre otras cosas, de marihuana, ácidos y hongos alucinógenos. Yo veo este cuento como un símbolo de la era del frío, marcada por el individualismo, por la imposibilidad de comunicarse, por la atonía y el estupor. Pero, al parecer, en el instituto lo han estado leyendo desde un punto de vista políticamente correcto. La profesora recuerda que a la chica las montañas de nieve que les rodean le hacen pensar en cocaína y heroína -se imagina esnifando o inyectándose-. Y que la historia viene a representar simbólicamente el callejón sin salida de las drogas. Es un tema delicado. Hace unos años hubo una polémica, porque unos padres protestaron del contenido erótico de El perquè de tot plegat. Los libros de Monzó gustan a los estudiantes de secundaria, pero no encajan en la moda de lo transversal y de la educación de valores.

La chica, descontenta con la versión oficial, aprovechó la ocasión para poner a prueba la explicación de la profesora. Todo pasa en un instante, pero la sutileza de la pregunta me deja admirado. ¿Quién dice que los jóvenes no saben leer?

Julià Guillamon
(La Vanguardia)

No hay comentarios: