Alberto Manguel
Una Historia de la lectura. Bogotá, Norma, 1999.
“Con un brazo caído sobre el costado, y la otra mano apoyada en la frente, el joven Aristóteles, en una cómoda silla y con los pies cruzados, lee lánguidamente un manuscrito desplegado sobre el regazo. En un retrato pintado quince siglos después de la muerte del poeta, un Virgilio con turbante y barba frondosa, que sostiene unos quevedos sobre su huesuda nariz, pasa las páginas de un docto volumen. Descansando sobre un amplio escalón y sosteniéndose delicadamente la barbilla con la mano derecha, santo Domingo, olvidado del mundo, está absorto en el libro que mantiene abierto sobre las rodillas. Dos amantes, Paolo y Francesca, sentados muy juntos bajo un árbol, leen un verso que será su perdición: Paolo, como santo Domingo, se toca la barbilla con la mano; Francesca sostiene el libro abierto, señalando con dos dedos una página a la que nunca llegarán. De camino hacia la facultad de medicina, dos estudiantes islámicos del siglo XII se detienen para consultar un pasaje de uno de los libros que llevan consigo. El Niño Jesús, la mano en la página derecha del libro que tiene abierto sobre su regazo, interpreta en el templo, para los doctores, lo que allí está escrito; ellos, por su parte, asombrados pero escépticos, pasan en vano las páginas de sus respectivos volúmenes en busca de una refutación.
Tan hermosa como cuando vivía, y mientras un perrillo faldero la contempla interesado, la noble dama milanesa Valentina Balbiani hojea las paginas de un libro de mármol sobre la tumba que reproduce, en bajorrelieve, la imagen de su cuerpo demacrado. Lejos de la atareada ciudad, entre arena y rocas abrasadas, san Jerónimo, como un anciano viajero que todos los días espera el mismo tren para ir a trabajar, lee un manuscrito como si fuera un periódico de nuestros días mientras, en un rincón, un león le escucha tumbado.
Una Historia de la lectura. Bogotá, Norma, 1999.
“Con un brazo caído sobre el costado, y la otra mano apoyada en la frente, el joven Aristóteles, en una cómoda silla y con los pies cruzados, lee lánguidamente un manuscrito desplegado sobre el regazo. En un retrato pintado quince siglos después de la muerte del poeta, un Virgilio con turbante y barba frondosa, que sostiene unos quevedos sobre su huesuda nariz, pasa las páginas de un docto volumen. Descansando sobre un amplio escalón y sosteniéndose delicadamente la barbilla con la mano derecha, santo Domingo, olvidado del mundo, está absorto en el libro que mantiene abierto sobre las rodillas. Dos amantes, Paolo y Francesca, sentados muy juntos bajo un árbol, leen un verso que será su perdición: Paolo, como santo Domingo, se toca la barbilla con la mano; Francesca sostiene el libro abierto, señalando con dos dedos una página a la que nunca llegarán. De camino hacia la facultad de medicina, dos estudiantes islámicos del siglo XII se detienen para consultar un pasaje de uno de los libros que llevan consigo. El Niño Jesús, la mano en la página derecha del libro que tiene abierto sobre su regazo, interpreta en el templo, para los doctores, lo que allí está escrito; ellos, por su parte, asombrados pero escépticos, pasan en vano las páginas de sus respectivos volúmenes en busca de una refutación.
Tan hermosa como cuando vivía, y mientras un perrillo faldero la contempla interesado, la noble dama milanesa Valentina Balbiani hojea las paginas de un libro de mármol sobre la tumba que reproduce, en bajorrelieve, la imagen de su cuerpo demacrado. Lejos de la atareada ciudad, entre arena y rocas abrasadas, san Jerónimo, como un anciano viajero que todos los días espera el mismo tren para ir a trabajar, lee un manuscrito como si fuera un periódico de nuestros días mientras, en un rincón, un león le escucha tumbado.
El gran erudito Erasmo de Rotterdam cuenta a su amigo Gilbert Cousin el chiste que ha encontrado en el libro que descansa sobre su atril. Arrodillado entre adelfas florecidas, un poeta indio del siglo XVII, que sostiene un libro bellamente encuadernado, se acaricia la barba mientras reflexiona, para captar todo su sabor, sobre los versos que acaba de leer en voz alta. De pie, delante de una larga hilera de estanterías toscamente labradas, un monje coreano saca una, entre las ochenta mil tablillas del Tripataka Koreana, obra con siete siglos de antigüedad, y se dispone a leerla con silenciosa atención. "Study to be quiet" [Estudia para alcanzar el sosiego] es el consejo de un desconocido autor de vidrieras que retrató a Izaak Walton, pescador y ensayista, leyendo un librito a orillas del río Itchen, cerca de la catedral de Winchester.
Completamente desnuda, una María Magdalena muy bien peinada y aparentemente nada arrepentida, lee, tumbada sobre una tela extendida sobre una roca en un lugar solitario, un gran libro ilustrado. Haciendo uso de su talento histriónico, Charles Dickens sostiene un ejemplar de una de sus novelas, del que se dispone a leer a un público entusiasta. Inclinado sobre un pretil a la orilla del Sena, un joven se pierde en el libro (¿cuál será?) que tiene abierto ante él.
Impaciente o aburrida, una madre sujeta el libro en el que su hijo pelirrojo trata de seguir las palabras con la mano derecha sobre la página. Absorto, Jorge Luis Borges cierra con fuerza
los ojos para oír mejor las palabras de un lector invisible. En un bosque, entre sombras y luces, sentado en un tronco musgoso, un muchachito sostiene un libro que está leyendo tranquilamente, dueño absoluto del tiempo y del espacio. Todos son lectores y yo tengo en común con ellos sus gestos y su arte, así como la satisfacción, la responsabilidad y el poder que la lectura les proporciona. No estoy solo. […]”
Acerca del autor
Alberto Manguel nació en Buenos Aires en 1948. Vivió en Italia, Francia, Inglaterra y Tahití, y en 1985, luego de una estadía de tres años en Canadá, se hizo ciudadano canadiense. Autor de la internacionalmente aclamada Una historia de la lectura, de En el bosque del espejo y de la novela Noticias del extranjero, Manguel ha sido también ensayista, editor, autor de libros extraordinarios como El diccionario de lugares imaginarios y de varias antologías de cuentos. Pueden leerse numerosas colaboraciones realizadas por el autor, en periódicos que se publican en Argentina. En especial, en las páginas de suplementos culturales.
los ojos para oír mejor las palabras de un lector invisible. En un bosque, entre sombras y luces, sentado en un tronco musgoso, un muchachito sostiene un libro que está leyendo tranquilamente, dueño absoluto del tiempo y del espacio. Todos son lectores y yo tengo en común con ellos sus gestos y su arte, así como la satisfacción, la responsabilidad y el poder que la lectura les proporciona. No estoy solo. […]”
Acerca del autor
Alberto Manguel nació en Buenos Aires en 1948. Vivió en Italia, Francia, Inglaterra y Tahití, y en 1985, luego de una estadía de tres años en Canadá, se hizo ciudadano canadiense. Autor de la internacionalmente aclamada Una historia de la lectura, de En el bosque del espejo y de la novela Noticias del extranjero, Manguel ha sido también ensayista, editor, autor de libros extraordinarios como El diccionario de lugares imaginarios y de varias antologías de cuentos. Pueden leerse numerosas colaboraciones realizadas por el autor, en periódicos que se publican en Argentina. En especial, en las páginas de suplementos culturales.
2 comentarios:
Bonita manera de expresar los límites inexistentes de ese sujeto tan apasionante, la LECTURA.Sin límites, sin tiempo, solo algo a lo que dirigir nuestro pensamiento,nuestra dedicación, nuestra VIDA.
Saludos a tod@s
MUY BONITO
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