Fue en la festividad de San Jordí en la festiva Barcelona, me pidieron una colaboración en la escuela de mi hijo, "Contar un cuento". Me avergonzaba la idea de no "saber" cómo. Pero todos podemos ser narradores, al fin y al cabo es un acto tan liberal como amar a nuestros niños. Todos somos narradores, la cuestión exige mas actitud que conocimientos, internalizar las imágenes del cuento y expresarlas siendo fiel al autor. Disfrutándo se hace placentera e inolvidable la experiencia.
Leo, por primera vez un texto, que me emociona:
" Seamos justos: no se nos ocurrió inmediatamente imponerle la lectura como deber. En un primer momento sólo pensamos en su placer. Sus primeros años nos llevaron al estado de gracia. El arrobamiento absoluto delante de aquella vida nueva nos otorgó una suerte de talento.Por él, nos convertimos en narradores. De su iniciación en el lenguaje, le contamos historias. Era una cualidad que no conocíamos en nosotros. Su placer nos inspiraba. Su dicha nos daba alieno. Por él, multiplicamos los personajes, encadenamos los episodios, ingeniamos nuevas trampas...Igual que el viejo Tolkien a sus nietos, le inventamos un mundo. En la frontera del día y de la noche, nos convertimos en su novelista.
Si no tuvimos ese talento, si le contamos historias de los demás, e incluso bastante mal, buscando nuestras palabras, deformándo los nombres propios, confundiendo los episodios, juntando el comienzo de una cuento con el final de otro, no tiene importancia...E incluso si no contamos nada en absoluto, incluso si nos limitamos a leer en voz alta, éramos su novelista, el narrador único, por quien, todas las noches, se metía en los pijamas del sueño antes de fundirse debajo de las sábanas de la noche. Más aún, éramos el Libro. [...] Pennac, Daniel. Como una novela pp.15-16
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